viernes, 15 de febrero de 2019

El mejor teólogo del Concilio de Trento refuta la herejía papolatra.


Alberto Pigio, el Campensehizo frente a este problema liberando a todos los Pontífices de la nota de error. Así pretende que ninguno ha caído jamás en la herejía. Para asegurar a Anastasio en esa libertad insultó a Graciano de la manera más injuriosa, y denigró desvergonzadamente a los jurisperitos. Para defender a Honorio se esforzó en persuadir con muchas conjeturas de que unos falsarios hubieran falsificado las actas del sexto Sínodo General. Después también se inclinó a aquella opinión, creyendo que la carta de Honorio a Sergio había sido falsificada por los griegos como de costumbre, y que el Sínodo había sido engañado en este juicio. Más aún, tergiversó todas las Actas de los dos Concilios, el sexto y el séptimo, y sin duda por su cerrilidad debilitó la autoridad y la fe de ambos Concilios.



ESTA OPINIÓN DE ALBERTO ES NUEVA EN LA IGLESIA, pero también puede ser defendida con la razón, porque no es verosímil que el Señor haya confiado la primicia de la Fe a un hombre que puede ser hereje. Efectivamente, lo recto es regla para sí y para lo oblicuo, como enseña Aristóteles. Por eso si la Fe del Romano Pontífice no es capaz de dirigir a su propia persona, mucho menos —como es evidente— causará la rectitud de la Fe en otros. ¿Por qué así? Porque el débil en la Fe no puede confirmar en ella a sus hermanos. Luego si el Obispo Romano ha de confirmar a sus hermanos, según la promesa de Cristo, será preciso que él mismo sea firme. Pero aunque en muchos lugares, como aquí, habla Pigio bastante verosímilmente acerca de la autoridad del Sumo Pontífice, sin embargo no se ha de mirar lo que dice, sino lo que debería decir cuando se tiene la intención de defender y mantener la verdad. Asimismo dice Pigio muchas cosas en muchos lugares sobre esta cuestión, pero —como se suele decir— «el agua se detiene».

Pigio defiende a Liberio, quien vencido por el hastío del destierro suscribió un error herético, como dice Jerónimo en las Crónicas. Excusa a Marcelino, quien movido por el temor ofreció un sacrificio a sus ídolos según dice la historia. Reivindica a Víctor, a quien los Paulianistas dijeron falsamente que era partidario de ellos, como escribe Eusebio. Libera a Anastasio, a quien Graciano acusó de hereje sin un testimonio cierto y verosímil.

Pero, ¿cómo defiende del error a Honorio? El cual fue hereje según refiere Pselo, Tarasio a los primados de Antioquía, Alejandría y de la ciudad santa, como se recoge en la sesión tercera del séptimo Sínodo, Teodoro con su Concilio Jerosolimitano en la confesión de Fe, recogida en la misma sesión tercera del séptimo Sínodo, Epifanio respondiendo a los herejes ante el mismo Concilio, en la sesión sexta, y en toda la sesión última del séptimo Sínodo, así como en la Epístola a todos los sacerdotes y clérigos. También el papa Adriano en el octavo Sínodo General dijo:
No hemos leído que nadie juzgara al Romano Pontífice, pues aunque los orientales hayan lanzado un anatema contra Honorio después de su muerte, sin embargo ha de saber que fue acusado de hereje, única causa por la que es lícito a los menores oponerse a los mayores. Hasta aquí Adriano.



Donde también se añade que el juicio contra Honorio fue propuesto con el consentimiento del Sumo Pontífice. Esto fue examinado en el sexto Sínodo General, cuando Agatón en su carta al Concilio excomulgó al propio Honorio. Igualmente Beda dice: En el sexto Sínodo, Macario con sus secuaces, y también con sus predecesores Ciro, Sergio, Honorio y Pirro, fue excomulgado. Y en el libro Pontifical además se refiere que León II apoyó el sexto Sínodo, en el que fueron condenados Ciro, Sergio y Honorio. Y al final del mismo Sínodo sexto se ofrece la carta de León a Constantino, en la que después de aceptado y confirmado el Concilio, dice: Excomulgamos a Ciro, Sergio y también a Honorio que no ilustró a esta Iglesia Apostólica con la doctrina de la Tradición Apostólica, sino que intentó arruinar su Fe inmaculada con la perfidia profana.




Además, aquel testimonio del capítulo Si Papa que desprecia Pigio nosotros debemos considerarlo como muy importante. Puesto que aquel caso único en el que las ovejas pueden juzgar a su pastor, es decir, cuando fuera hereje, se contiene que el quinto Sínodo Romano, para omitir a otros lugares, con estas palabras: Por muchos antecesores nuestros fue decretado y firmado sinodalmente que las ovejas no reprehendan a su pastor, a no ser que se haya desviado de la Fe. Lo mismo dice Anacleto: Si el Pastor de la Iglesia se ha desviado de la Fe, ha de ser corregido por los fieles; pero por sus réprobas costumbres ha de ser tolerado más que atormentado, porque los rectores de la Iglesia han de ser juzgados por el Señor. Lo mismo enseña Eusebio a los obispos egipcios y el papa Juan en la carta a Zacarías. Lo mismo se enseñó en el Sínodo octavo, como acabamos de referir. También refieren la misma doctrina Bucardo, Calixto, Clemente y Gayo.

En consecuencia, no se ha de negar que el Sumo Pontífice puede ser hereje, de lo cual se puede ofrecer quizá uno o dos ejemplos. Pero que, en el juicio de la Fe haya definido algo contra la Fe, no se puede mostrar ni siquiera uno solo.

Así pues, he aquí mi respuesta a la objeción planteada. Una cosa es en Pedro lo que mira a la excelencia privada del hombre, y otra cosa distinta lo que pertenece a la utilidad común de la Iglesia. Que negara a Cristo, era del hombre; que confirmara a sus hermanos, era de la Iglesia. Aquello era propio de él; esto era común. Del mismo modo, que la Fe propia de Pedro fuese preservada interiormente siempre, era privilegio del hombre; en cambio, que mostrara una Fe firma para confirmar a los demás y no fallara en el juicio en el juicio sobre la Fe, era privilegio público de la Iglesia. Así, el Obispo de Roma no fue heredero ni de los privilegios ni de las culpas propias de Pedro, que sin duda estaban unidas accidentalmente a la potestad pública de Pedro. En cambio, le sucedió en aquellas cosas que miraban a las conveniencias comunes y necesarias de la Iglesia.

Pues los privilegios concedidos a los Apóstoles por Cristo, de un modo se refieren a ellos mismos, y de otro a sus sucesores. Sin duda en los Apóstoles hubo también privilegios personales de mayor gracia que en los sucesores. A modo de ejemplo, por aquellas palabras: Todo lo que atareis en la tierra [Mt 18, 18], y por aquellas otras: Así como el Padre me envió, también yo es envío [Jn 20, 21], entendemos que los Apóstoles recibieron una potestad general sobre todo el Orbe. Así, se dice que son iguales a Pedro. Pero los obispos posteriores no sucedieron a los Apóstoles en la potestad general extraordinaria, sino en la ordinaria que cada uno de los Apóstoles tuvo en su Iglesia, como Simeón a Santiago en la Iglesia de Jerusalén.

Otro ejemplo, tomado de aquellas palabras: Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que permanezca con vosotros para siempre, el Espíritu de la Verdad [Jn 14, 15s]; rectamente los teólogos deducen que los Apóstoles fueron confirmados en gracia, después de la venida del Espíritu Santo. Por lo demás, este Espíritu no pasó a los obispos que les sucedieron de tal modo que permanezca en ellos para siempre por la confirmación en gracia, lo cual fue donado a los Apóstoles por un privilegio personal; sino que sólo pasó a los pastores posteriores de la Iglesia lo que era necesario a la utilidad común de la Iglesia.

Exactamente del mismo modo el privilegio de una Fe indeficiente, que fue también un privilegio personal en Pedro, fue transmitido a los Obispos Romanos, no en aquello que era peculiar de Pedro, sino en aquello que era común a la Iglesia. De donde también se refutan otras objeciones que fueron planteadas por la opinión de Alberto Pigio.

No es, pues, necesaria a la Iglesia la Fe interior del Romano Pontífice; ni un error oculto y privado de su mente puede dañar a la Iglesia de Cristo. Por tanto, no es necesario que Dios asista siempre a los Romanos Pontífices en la conversión de su Fe interior. Pero que, cuando decretan aquellas cosas que han de ser creídas por los fieles, y cuando dirigen en la Fe a la Iglesia de Cristo, no fallen sino que sean sostenidos por la mano divina, esto es necesario a la Iglesia, y por tanto no se les negará esto a los Obispos Romanos, tampoco a los que son débiles y yerran otras veces privadamente, para que no hagan que la Iglesia caiga en la ignorancia común de la verdad a causa de un error del poder público. Así pues, queda refutado ampliamente —si no me engaño—, el undécimo argumento.

Melchor Cano.


Tomado de De Locis Theologicis, Libro VI "La Autoridad de la Iglesia Romana".




2 comentarios:

  1. Un concilio que sintetizó las herejías modernistas ampliamente denunciadas decadas atrás por el Santo Pio X. Un concilio dicese Vaticano II que resquebrajo el dogma católico por excelencia de que la única Iglesia es la Católica y que no existen religiones, una sola es la fe. Con el conciabulo se adoptó la libertad religiosa y que con los protestanburros tendríamos una misma fe. Todo por su nombre y sin miedo, ellos no son cristianos ni hermanos separados sino herejes, blasfemos, traidores o demonios.

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    1. Aún los demonios dan reverencia a María Santisíma, pero como dice san Judas:"El ignorante blasfema contra lo que no conoce".

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